La disposición de ánimo que mueve a dar a cada uno lo que merece es uno de los significados de la palabra equidad, expresado por el Diccionario de la Lengua de la Real Academia Española. Este significado se destaca por ser el que mejor ubica la aludida palabra dentro de la función de relación humana y dentro del ámbito de lo social. A través de su contenido puede describirse este concepto de manera sucinta como actitud en la cual la inteligencia reconoce la libertad y los derechos de los otros, en tanto que la voluntad los respeta y se abstiene de perjudicarlos.
Así, el significado extendido del concepto de equidad puede expresarse como la disposición de ánimo que mueve a respetar y abstenerse de perjudicar la libertad y los derechos de los otros; igualmente coincide con la noción de la justicia resumida en el precepto que enseña: “no hagas a los otros lo que no quieres que te hagan a ti”.
2.- Por el hecho de realizar una función motivadora de la voluntad, la equidad puede manifestarse en el respeto que los individuos sienten y guardan en relación con los bienes, derechos y libertades de los otros. Por esta razón es posible afirmar que la libertad y la igualdad quedarán firmemente instauradas como condiciones básicas de las relaciones humanas cuando la mayoría de los integrantes de una nación consideren la práctica de la equidad como el modo de vivir que les garantiza la convivencia pacífica fundamentada sobre la seguridad y la mutua confianza.
Es indudable que no puede darse la igualdad entre los seres humanos si la equidad no existe entre ellos; la igualdad se sostiene sobre la permanente voluntad de los individuos en la práctica de la equidad.
Además, por la circunstancia de hacer posible que todos puedan ejercer sus libertades, la equidad también puede definirse como el medio en el cual se protegerá y se conservará incólume la libertad de los individuos integrantes de las naciones.
3.- El concepto de la equidad, con las características que quedan anotadas, es apenas una elaboración ideal de naturaleza ética y cultural, de gran importancia para la vida en comunidad. No obstante, y de modo contrario a lo que es deseable, este concepto ha estado muy distante de la realidad de los hechos sociales desde la más remota antigüedad de los grupos humanos y de las naciones.
Desde el comienzo de la presencia de los seres humanos sobre el planeta terrestre hasta hoy el ejercicio de las violencias física y moral ha desalojado a la justicia y a la equidad de las relaciones entre ellos. Han predominado los sentimientos egoístas que impiden tener en cuenta los motivos de interés de los otros, ha sobresalido y perdurado la inclinación a la apropiación de los frutos del trabajo y de los bienes ajenos y, junto con ella, la codicia, la envidia, la ambición, la desconfianza y la crueldad.
La causa originaria del predominio de esas actitudes antisociales con mucha probabilidad pudo haberse manifestado desde el comienzo del proceso evolutivo de los grupos humanos y estar presente en el modo de vivir impuesto por los rigores de la Naturaleza y las exigencias del medio ambiente; bajo esas condiciones el comportamiento debió estar regido por los instintos de conservación de la vida y de la especie y ser guiado por las exigencias de atención a las necesidades de subsistencia, de protección y de defensa.
En esa primigenia etapa de la evolución de la especie humana el rigor de la selección natural solamente dejaría sobrevivir a los que mejor se adaptaran a las exigencias del medio ambiente. De igual manera, al interior de los grupos humanos, dentro del ámbito de las relaciones entre los individuos que los conformaban y en medio de los grandes esfuerzos y de la ruda lucha por la subsistencia, se impondrían los más fuertes, en tanto que los débiles serían eliminados o sometidos a obedecer y servir a quienes los dominaran.
En esas circunstancias de extremada precariedad sería inevitable que surgiera el poder de unos individuos sobre otros y con su aparición se cohesionaran los grupos, no por la vía de la motivación afectiva y de la generación de sentimientos sociales y de solidaridad, sino por la imposición de la fuerza, a través de la violencia física o de la violencia moral que se desprendiera del temor al castigo con el que el poderoso sancionara la desobediencia.
El hecho cierto e históricamente comprobado es que en cada grupo humano y en cada nación el poder individualizado de unos pocos, ejercido implacablemente sobre muchos, ha impedido la germinación de la igualdad, de la libertad, de la equidad y de la solidaridad; en su lugar ha impuesto la jerarquía, la obediencia, la esclavitud, la servidumbre, la división en castas y clases sociales, la desigualdad dentro de esa división de clases y la fuerza como sistema de organización social y de gobierno.
4.- Si la especie humana hubiera carecido de la facultad mental que habilita a sus individuos para pensar y adquirir el conocimiento del mundo que les rodea, así como tener conciencia de las relaciones de ellos con el mundo y con la comunidad en la cual viven, habría quedado irremediablemente condenada a permanecer sometida dentro de los modos injustos de organización de los grupos humanos y de las naciones que hasta la actualidad han existido, padeciendo las condiciones de vida que tanto desastre y tantos dolores y perjuicios le han causado.
Contrariamente, por efecto de la capacidad mental de los seres humanos, desde el momento en que estuvieron en condiciones de alcanzar el conocimiento y la ciencia han tenido oportunidad de buscar y encontrar, inicialmente en forma teórica, el modo racional y justo de organizar a las naciones y de llegar a la conformación de verdaderas sociedades en las que los individuos puedan convivir en paz y progresar, librándose de las guerras, del poder de los violentos, de los sufrimientos, de las injusticias, de las desigualdades, de las frustraciones, de la inseguridad y de los temores ante el futuro.
En la actualidad, al desarrollo de la cultura de las naciones, basado en el avance y la difusión de los conocimientos y de la ciencia, le está esperando la inmediata realización de la trascendental y extraordinaria tarea de creación de las condiciones de organización social, de naturaleza política y económica, en las que sea perfectamente posible a los individuos desenvolver espontáneamente su comportamiento dentro del marco ético de la equidad. Esa tarea hace parte de los objetivos de la construcción de la democracia y tendrá exitosa realización en la medida en que todos esos objetivos puedan alcanzarse.