1.- Hay muchos demócratas de relumbrón, así como hay muchas ideas equivocadas acerca de lo que es la democracia; la más difundida y usada de esas ideas equivocadas define la democracia como el modo de gobierno en el cual los ciudadanos eligen a sus gobernantes por mayoría de votos. Otra de esas ideas, igualmente muy usada, se basa en la suposición de que los gobernantes elegidos representan en el gobierno a los electores.
La equivocación de la primera de las ideas mencionadas consiste en desconocer que en la verdadera democracia los ciudadanos no elegirán a sus gobernantes; no los elegirán porque los ciudadanos serán los que gobiernen. En efecto, los procesos electorales que periódicamente se realicen en la verdadera democracia tendrán la finalidad de escoger, por mayoría de votos de los ciudadanos, uno de los varios acuerdos de voluntad política que inscriban los partidos políticos, en los que esté expresado un programa de gobierno. El programa así elegido deberá ser convertido en leyes por la Asamblea Legislativa y ser ejecutado y cumplido por la Rama Ejecutiva del poder público con el apoyo de la administración pública.
La equivocación de otra de las más corrientes desfiguraciones de la democracia consiste en suponer que los gobernantes actúan en representación de los ciudadanos. Esa fantasiosa ilusión carece en absoluto de fundamento jurídico. Aunque la Constitución Política de Colombia al referirse a la composición de la Rama Legislativa dice que los miembros de cuerpos colegiados de elección directa representan al pueblo, esa sola declaración no tiene el alcance de establecer que los ciudadanos otorgan mandato de representación a quienes eligen para esos cuerpos; en sentido contrario la misma norma expresa que esos miembros deberán actuar consultando la justicia y el bien común y que su responsabilidad se circunscribe al cumplimiento de las obligaciones de su investidura. De esa manera, cuando el pueblo elige a quienes supuestamente lo representan, en realidad transfiere y delega a los elegidos la soberanía que en él reside, y de la que es exclusivo titular, según lo expresa la misma Constitución Política.
El lugar común de todas esas desfiguraciones indica que la elección es el formalismo característico de la democracia y que es el ritual indispensable que da, a quienes son electos, la legitimidad para el ejercicio del poder político. Pero están fundamentadas en el equívoco de pretender que, por el solo hecho de haber participado una mayoría de ciudadanos en la elección de los gobernantes, los actos de gobierno que los escogidos realicen serán la exacta interpretación de las expectativas y de la voluntad política de esa mayoría; de ese modo atribuyen al ritual de la elección el efecto mágico de hacer que el pueblo gobierne por medio de los gobernantes y que se haga real el significado de la palabra democracia: gobierno del pueblo, igual a lo que significa en el idioma de los griegos, pueblo en donde primero se usó esta expresión para denominar este modo de gobierno.
2.- No puede negarse que la elección, proceso en el que participan todos los ciudadanos para expresar su voluntad de gobierno, es un elemento importante y absolutamente necesario para la existencia de la democracia, pero no es el único, ni es toda la democracia.
Tampoco son democráticos muchos de los modos cómo participan los ciudadanos en las elecciones. En todas las democracias simuladas de estos tiempos los ciudadanos en el acto de elegir en realidad no expresan su voluntad de gobierno manifestando cómo quieren ver solucionados los problemas que les afectan, o cómo quieren que se alcancen las metas de bienestar general y de progreso; ese enorme vacío y esa falta de contenido de voluntad política popular ocurre en países donde los ciudadanos votan bajo la influencia del miedo que les infunden los violentos por medio de las armas que ponen en peligro sus vidas y las de sus familias, o acontece en países donde a los electores les compran el voto a cambio de unos pocos billetes, o a cambio de un plato de comida, de una botella de bebida, de unos cuadernos y unos lápices para el estudio de los hijos, de tejas para la vivienda o de artefactos electrodomésticos, o por la sola promesa de conseguirles algún empleo en la administración pública, o de darles cupos a los hijos para el estudio en las escuelas o colegios de los municipios, o de inscribirlos en listas que les permitan acceder al servicio de salud u obtener algún auxilio para la vivienda.
De la misma manera, no son democráticas las elecciones donde los ciudadanos votan bajo el aturdimiento propagandístico de la publicidad política contratada en los medios masivos, como son las radiodifusoras y canales de televisión, los periódicos, las vallas y los carteles.
3.- La idea política de la democracia es popular por naturaleza, comenzando por el nombre que lleva, indicativo de la participación del pueblo en el gobierno; esa característica le da carácter de popular a lo que esté relacionado con ella, hasta el punto de identificar lo democrático con lo popular. Esta circunstancia explica el afán que mueve a gran número de políticos por aparecer como demócratas; la avidez de votos les exige hacerse populares y les lleva a fingir que son demócratas. Por esa causa no dudan de la importancia de añadirle ese calificativo al nombre de las empresas electorales de las que son propietarios, a las que denominan partidos o movimientos políticos; la experiencia les ha convencido de que esa denominación es un señuelo muy útil para atraer la confianza de muchos incautos ignorantes de lo que realmente es la democracia.
Así es como en las épocas pre-electorales se hacen visibles los demócratas de relumbrón adornándose con el titulo de demócratas y poniéndole ese nombre a sus empresas electorales; abundan los Centros Democráticos, los Extremos o Polos Democráticos, los Puntos de Pensamiento Democrático, los Partidos y Movimientos Democráticos, todos de mentira, porque lo único que tienen de democracia es la equivocada idea de servir de instrumento para recoger votos, no para hacer viable el gobierno del pueblo, sino para favorecer a los “caudillos” o los “caciques” que dirigen esas empresas. La única finalidad de esos demócratas es acceder a los cargos de representación popular y obtener cuotas de poder en la administración pública donde pueden alcanzar y tener a su disposición el manejo de los presupuestos y de la burocracia.
4.- Contrastando con todas esas desfiguraciones, tergiversaciones y simulaciones de la democracia resalta en el campo del pensamiento político, por virtud de su propia naturaleza, la idea esencial y característica de la auténtica democracia, consistente en que el gobierno de la nación debe hacerse conforme lo ordene la voluntad mayoritaria de los ciudadanos.
Esta es la idea modeladora del concepto de democracia sobre la cual se construye el conocimiento de este sistema de gobierno y se motivan las voluntades de los verdaderos demócratas para enseñar y difundir a muchos otros ese conocimiento y para trabajar en la construcción y aprobación, por mayoría del pueblo, de una nueva Constitución Política en la que se instituya el modo de gobierno democrático.
Con esta idea los ciudadanos pueden estar prevenidos contra la acción de las habilidosas maniobras de los cazadores de votos y pueden fácilmente descubrirlos a través de las expresiones de sus discursos en los que se presentan como caudillos, únicos conocedores de lo que debe hacerse y únicos capaces de hacer buen gobierno.